Asmodeo, el precursor de la prensa rosa.

Al hablar de periodismo de sociedad durante la Restauración española no podemos ni por un segundo dejar de mencionar a Ramón Navarrete, ese periodista que se escondía tras el inquietante seudónimo de Asmodeo.

Cronista de salón, como se reconocía a sí mismo no distaba mucho en los temas que trataba de lo que hoy llamaríamos prensa del corazón, y sin embargo, su pluma fina y su estilo depurado no le puede diferenciar más de los actuales. Personaje odiado y querido, a veces hasta ridiculizado por aquellos que también imperiosamente le necesitaban, la llamada high life madrileña del periodo alfonsino.

Ramón Navarrete nació en Madrid en 1822 y como periodista desempeñó el trabajo de redactor en distintos medios como La Gaceta, la conocida Ilustración Española y Americana y principalmente en el diario La Época del que además fue su primer director, introduciendo en él una sección periódica llamada «Ecos de Madrid»

asmodeo

(3 Mayo 1876. La Época. Hemeroteca Digital)

http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0000346030&search=&lang=es

 

Su trabajo no se limitó únicamente a la prensa, también cultivó, como muchos colegas suyos del momento,  el género literario con mayor o menor fortuna. Encuadrándose dentro del costumbrismo publicó novelas, teatro e incluso libretos de zarzuela obteniendo cierto reconocimiento. Pero cierto es que su reconocida fama se debió casi exclusivamente a la crónica periodística de salón. Aunque todos le conocían habituaba a escribir con diferentes seudónimos, y de todos ellos el más popular fue el de Asmodeo. Cuidadosamente escogido su alias ya que se refiere al demonio de los pecados carnales, el que lleva a los hombres por el camino de la lujuria.

Y efectivamente hacía honor a su nombre porque entre otros temas destapaba infidelidades, criticaba la vanidad y superficialidad de ciertas damas (cuya única preocupación eran las últimas modas de París), hablaba de escándalos familiares, y lavaba en las páginas de la prensa los trapos sucios más variopintos. En estos casos en los que se ponía en duda la reputación de alguien nunca daba nombres pero sí iniciales seguidas de asteriscos, sin duda para evitar la arraigada costumbre de los duelos en la España de la época.

Pero aunque obviaba nombres todo Madrid sabía a quién se refería Asmodeo en uno u otro artículo. Y tan malo como aparecer en su crónica era el no hacerlo. Si una velada, soiree o fiesta no aparecía nombrada en Ecos de Madrid era como si no hubiera existido, y esa era la razón por la que Ramón Navarrete, invitado incómodo,  era puntualmente convidado a todo acontecimiento social que se preciara de serlo, incluso se le veía aparecer en los bailes del Real Palacio.

Cada semana leían sus artículos las damas de la villa y corte, e incluso sus esposos que, aunque no solían reconocerlo, prestaban más atención a sus líneas que a las de Alfredo Escobar con su parte política. Así fue como Ecos de Madrid se convirtió a la vez en escaparate y azote de la sociedad alfonsina. Constituía todo un mérito aparecer, pero a veces a riesgo de que Asmodeo no te dejara muy bien parado y se convirtiera uno en el hazmerreír de la vida social matritense.

Con todo y con eso a veces era el propio Navarrete el que para su desgracia no quedaba en buen lugar divulgándose en los mentideros rumores sobre él, como el que aseguraba que a todas aquellas fiestas a las que asistía llevaba los bolsillos de su atuendo forrados con hule para poder robar canapés que llevarse a su casa. Verdad o no ¿quién lo sabe?

Tan notable era Ramón Navarrete en la sociedad madrileña de la época que grandes escritores, cronistas del momento le hacen aparecer en sus obras. Este es el caso de Benito Pérez Galdós en su episodio nacional Cánovas o el de Luis Coloma con su novela Pequeñeces donde el personaje de Pedro López está claramente influido por el propio Asmodeo. Precisamente en Pequeñeces este personaje aparece clara e intencionadamente exagerado en sus intrigas y excentricidades con la finalidad de conseguir la pretendida función moralizante de la obra que Luis Coloma convierte en la gran crítica de la sociedad alfonsina, especialmente de las damas de esta corriente representadas por la ladina Currita Albornoz.

Este fue Ramón Navarrete, que tantas glorias vivió durante la década de los 70 y 80 del siglo XIX español. Siempre se movió en territorio peligroso y para evitar problemas decía sin decir, apretaba la tecla sin que sonara la cuerda. De ahí su brillantez y su fama. Murió en 1897 en la ciudad que tanto y tan bien había retratado y tristemente tras su desaparición física llegó también su desaparición intelectual. Nadie ya se acuerda de aquel periodista veraz y fino, de ese escritor elegante y sutil ni de sus novelas costumbristas. Quizás algún reconocimiento se le deba aún a Asmodeo, al grandísimo Ramón Navarrete.

Por Elena Serna

Historiadora de vocación y de formación. Especialista y apasionada del siglo XIX madrileño y enamorada de la ciudad que me vio nacer a mí y a mis abuelos. Trabajo como guía de arte y mediadora cultural en los principales museos de la capital así como realizando paseos culturales e históricos por la villa. Miembro de la Asociación Española de Guías de Arte.

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